Mientras en América Latina nos distraemos con la historia que protagonizaron el actor estadounidense Sean Penn y la actriz mexicana Kate del Castillo, protagonista de la telenovela sobre una mujer narcotraficante, “La Reina del Sur”, en el caso de sus encuentros previos a la captura del “Chapo” Guzmán, esta semana fue plena en eventos de gran importancia en el mundo entero, desde los atentados terroristas islamistas en Yakarta, Indonesia, y Estambul, Turquía; hasta la consolidación de un gobierno separatista en Cataluña, España; las trágicas imágenes de la hambruna provocada por el asedio del ejército del dictador sirio Bashar al-Assad y sus aliados guerrilleros chiítas del grupo islamista Hezbollah en la ciudad de Madaya; el último mensaje anual al congreso de Barack Obama antes de dejar la presidencia de Estados Unidos, etc.
La globalización, ese concepto tan utilizado en nuestros tiempos, para definir a nuestro mundo interconectado, no es algo nuevo puesto que en todas las etapas de la historia siempre hubo encuentro entre culturas en territorios de civilizaciones vecinas. Los griegos y los persas (actuales iraníes), tuvieron dos guerras que les obligo a conocer sus diferencias en el siglo 5 A.C en las llamadas “Guerras Médicas”. (No porque sus protagonistas fueran galenos, sino porque el imperio persa de esa época estaba dominado por la civilización Meda).
Un siglo después Alejandro Magno y sus ejércitos helenos llegaron a Persia e incluso a territorios cercanos a La India, e integraron aspectos de la cultura griega y la persa. Tiempo después romanos expandieron su imperio por Europa, Medio Oriente y norte de África y también impusieron mucho de su cultura, pero también fueron asimilando la de otras civilizaciones además de propulsar el comercio internacional con geografías distantes a ellos, como ocurrió con la denominada “Ruta de la Seda” que conecto a Occidente con el Asia y el lejano Oriente, incluyendo a la civilización china.
La globalización siempre ha existido, pero la de nuestros tiempos se caracteriza, sobre todo, en los avances comunicacionales, informáticos y de la instantaneidad, por lo cual, la información a la que tenemos acceso es abrumadora, por lo cual, se hace cada vez más difícil profundizar en lo mucho que ahora sabemos que pasa en el mundo. Nos informamos más pero conocemos menos, a medida que las tecnologías de la comunicación se hacen más rápidas y sofisticadas, y es en ese contexto que los analistas internacionales se vuelven más imprescindibles para dar contextos geográficos, históricos, socioeconómicos, etc., pero su función se complica: ¿Qué tema elegir de los muchos que ocurren en el mundo?, ¿cómo priorizar cuál noticias es de mayor para las grandes audiencias?, ¿quién nos da derecho para decidir que evento es más importante que otro?.
¿Qué analizar o no?, es la pregunta Shakesperiana de nuestros tiempos, y en una semana como esta comparto esa duda para no tomar una decisión sobre el tema que debería escribir, sino plantear la inquietud de la globalización actual, definitivamente positiva, pero como todo en la vida, con un precio a pagar que plantea cualquier cambio: tendemos a ser personas más informados y conectadas con los demás, pero a la vez, con menos conocimientos y relaciones más superficiales que cuando el ser humano estaba obligado a conversar cara a cara con su semejante.
Si la Mafalda de Quino reflexionaba así en los años 70s del siglo 20, ¿cómo será hoy?
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